lunes, 23 de mayo de 2022

Tigre


Hoy es un día especial para mí… Sin dudas que lo es. Quizás estaba evitando y alargando el momento, pero en el fondo sabía que iba a llegar. Para mi suerte y mi egoísmo, me tocó no estar ahí.

En realidad el hecho aún no sucede y estoy relatando esto en el futuro, pero para mí ya pasó. Las 5 horas de diferencia con Argentina me permitieron prepararme, llorar y estar triste, antes de que pase.

Hoy le tengo que decir adiós a un gran amigo y compañero… cuando somos chicos y una mascota llega a casa, nadie nos prepara para tener que despedirnos, sino que aprendemos a crecer con ellos. Nos acostumbramos a su presencia, a sus juegos, a sus mimos y a sus travesuras.

En fin, son como los abuelos, todos quisiéramos que sean eternos, que estén ahí para nosotros, siempre… pero el tiempo pasa, lamentablemente para ellos más rápido que para nosotros.

Tenía 10 años cuando llegó a casa. Lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Suena el timbre y salgo corriendo a abrir. Claro que primero miro por la ventana, ya que si no sabía que venía un reto de atrás. Desde mi altura no veía a nadie, pero cuando bajé la vista, ahí estaba, una caja de cartón con dos gatitos pequeños mirándome.

Uno era todo negro, obediente y cariñoso, y el otro era atigrado, más rebelde y juguetón. Éste último tenía algo en su pancita, por lo que me decidí quedarme con él. No sin antes tocar puerta por puerta de todo el barrio para dar con alguna familia para su amigo.

Y así el tiempo pasó. Y crecimos juntos. De mis 29 años, 19 los pasé con él. Tigre, el animal más cariñoso y fiel que he tenido. Quizás no todos tenemos la misma percepción con los gatos. Algunos creen que son antipáticos, egoístas e infieles.

Y la realidad es que quizás él tenía algo de eso para con los demás, pero conmigo no, era diferente. Detectaba cada una de mis emociones y estaba ahí, a los pies de mi cama o dentro de ella, para darme su calor y sus ronroneos infaltables.

Las últimas semanas fueron duras, pero a la vez agradezco ese tiempo que me dio para poder mimarlo mucho más. Fue como si él supiera que ya le quedaba poco. Hacía dos años que no se subía a mi cama, y esos días durmió todas las noches conmigo.

Se acurrucaba dentro de la cama, entre mis piernas y me apoyaba el lomo. Y ahí se quedaba. Cuando le daba calor subía a la almohada y se recostaba junto a mi cabeza. Pero siempre manteniendo el contacto.

Creo haber hecho todo lo que estuvo a mi alcance, juro que sí. Pero ya era momento de dejarte partir amigo mío.

¿A dónde se van los animales cuando mueren?, ¿Hay un cielo de mascotas?, ¿Reencarnarán? Quiero creer en todo eso, que existe, y que de alguna manera u otra seguirán siempre con nosotros.

viernes, 23 de octubre de 2020

Niñez


Hoy me desperté y me topé con esta foto colgada en mi cuarto, la miré un largo rato y me hizo pensar.

Si bien no recuerdo cuántos años tenía, dónde estaba, ni el momento exacto en que fue tomada, por alguna razón me llenó de nostalgia, me movió un poquito el alma.

Me hizo pensar en mi infancia, en la de mis padres, en la de mis sobrinos, en la de mis vecinitos, en la de todos. Qué distintas, ¿no?

Hace unos días hablaba con mi abuela sobre eso, le encanta contarme historias de cuando era chica, de cómo conoció a mi abuelo, cómo era la vida 50 años atrás, algo impensado, fueron heroínas, soportaron muchas cosas y gracias a ellas hoy tenemos tantos privilegios e independencia. Pero ese es un capítulo aparte.

Su niñez la recuerda adentro de una finca, cosechando. Desde muy chica le inculcaron eso, a trabajar la tierra. Tierra, sol, labor.

La de mis padres fue distinta. Muchas travesuras, juntadas con primos, tierra (pero para ensuciarse), pero padres más estrictos, pues su infancia no había sido tan color de rosa.

 La mía… la mía fue perfecta. Recuerdo cada día como si hubiese sido ayer, y han pasado cerca de 20 años. Viví siempre en la misma casa, en mi cuadra había muchas familias jóvenes, así que tenía muchos amigos. Algunos más grandes de la edad de mi hermana, y otros más chicos, pero eso no importaba, todos éramos iguales.

Andábamos mucho en bicicleta, hasta altas horas de la noche, no pasaba nada. Hubo un momento en que se usó el monopatín y el palo saltarín. Guardamos las bicis y salimos todos a jugar con eso. Eran modas, eran momentos. Y si alguno no tenía, otro se lo prestaba. Éramos una linda manada, como 15 pibes jugando en la calle.

Sólo una familia de ellos tenía pile, así que pobre madre, la temporada de verano era en su patio. Por suerte ellos eran 5 hermanos, así que estaba acostumbrada a lidiar con niños. Siempre muy amables, nos preparaba la chocolatada con galletitas para todos.

Trepábamos árboles, llegábamos a la copa y nos gritábamos para ver dónde estaba cada uno. Ni hablar cuando uno cumplía años. Esos sí que eran cumpleaños. Algunos en peloteros, otros en casas, pero todos divertidos, había payasos (se estilaba mucho) que organizaban juegos, competencias.

Nos levantábamos temprano y salíamos corriendo a la calle. Tocábamos el timbre y preguntábamos si fulanito podía salir a jugar, y así en todas las casas, y así durante algunos años.

Qué sana fue esa época, qué lindo poder tener todos esos recuerdos, qué lindo sería poder volver un ratito y disfrutar más de eso, de no tener tantas responsabilidades, de tomar decisiones, de que mi mamá me despierte con un beso y la leche, de que mi única preocupación sea que no llueva para poder salir a jugar.

Qué rápido pasa el tiempo si miramos para atrás, si recordamos, si nos preguntamos qué hicimos o qué no hicimos en todos estos años.

Vuelvo a mirar la foto, vuelvo a verme a mí hace 27 años, vuelvo a recordar algo que tenía muy adentro, vuelvo a sonreír por lo afortunada que fui de crecer así.

Los tiempos han cambiado mucho. Los niños ya no salen con sus bicis, sus juguetes a la calle, ya no se quedan hasta la noche solos, de hecho, creo que pasan más tiempo con pantallas electrónicas que arriba de un árbol.

Quiero creer que los cambios siempre traen algo bueno, pero sinceramente, no creo que éste lo sea, no creo que les deje los valores y enseñanzas que nos dejó la nuestra, el compartir, el escuchar, el divertirnos, el ser todos iguales a pesar de.

Ojalá me equivoque y el día de mañana ellos puedan escribir que están orgullosos de cómo crecieron, de cómo se divirtieron cuando fueron chicos.

Yo me considero afortunada, y muy feliz.

Cuarentena

 -"¡Pido gancho!" Gritábamos de niños para pedir tiempo, una pausa, una reconsideración, un descanso.

-"No juego más", decíamos cuando decidíamos terminar, cuando ya no queríamos seguir ahí porque no nos gustaba, las reglas no jugaban a nuestro favor, o simplemente porque estábamos aburridos.

-"No mamá, no quiero más besos".

-"No me abraces".

-"Salí".

-"Dejame en paz".

No teníamos noción de lo afortunados que éramos de poder decidir cuando parar.

Tampoco sabíamos que íbamos a extrañar mucho esas cosas que, en su momento, nos molestaban.

Cuando crecemos tenemos la misma posibilidad de elegir, pero eso conlleva una larga fila de responsabilidades, de decisiones tomadas, de compromisos.

Qué fácil sería si pudiéramos pausar, aunque sea por un mínimo instante, nuestras vidas.

Parar.

Respirar.

Pensar.

Planear.

Reír.

Tomar aire.

Seguir.

Qué fácil sería pausar nuestro corazón justo antes de que lo destruyan en mil pedazos. Poder evitar situaciones, anteponernos, evitar el sufrimiento.

Que fácil sería pausar la cabeza, la mente y los pensamientos, antes de tomar cualquier decisión de la que podamos arrepentirnos.

Qué fácil sería pausar ese beso, ese abrazo. Guardarlo para siempre. Pero estamos tan ocupados con nuestra rutina diaria, que ese instante perfecto se tiñe de algo ordinario, algo común y corriente, algo que carece de importancia.

Qué fácil sería si el querer y el deber coincidieran siempre. Pero por alguna razón elegimos la cabeza, pese a nuestro corazón.

Pero la vida no funciona así, solo tiene sentido en la infancia.

Nos toca aprender sobre la marcha: caer, cometer errores, sufrir, reír, ser felices, volver a caer, y así.

Hoy el mundo está dado vuelta.

Hoy el mundo está parado.

Hay tanta muerte dando vuelta, tanto sufrimiento, tanta tristeza presente.

Las personas se mueren solas, se despiden mediante videollamadas.

Y ahí es cuando nos arrepentimos de ese último beso, ese último abrazo que nos dimos, ese al que no le dimos tanta importancia. Pensar que formaba parte de la rutina, algo de todos los días. Algo que haríamos a diario por el resto de nuestras vidas.

Esta pausa ha generado ansiedad en el mundo, caos, depresión.

Quizás sea el momento de reflexionar, de parar, de respirar, de pensar, de planear, de tomar aire, y de seguir.

Es como si fuésemos niños otra vez.

Repito. Ellos no saben aún lo afortunados que son.

jueves, 22 de octubre de 2020

¿Se puede extrañar lo que no ha sucedido?

 ¿Se puede extrañar lo que no ha sucedido?

Parece una pregunta inocente, sin sentido. La primera reacción que tenemos es pedir un poco más de contexto, de explicación.

Pero la realidad es que esta pregunta está cargada de sentido, de sentimientos, de añoranzas, de imaginación.

Es difícil de responder, muchas veces no nos detenemos a pensar en lo que significa, y en lo que puede significar nuestra respuesta.

Extrañar quiere decir sentir o notar la falta de algo o de alguien. Muchas veces, ese huequito queda vacío, como cuando un ser querido se muere, o se va de viaje o simplemente ya no está más. Otras veces intentamos rellenarlo, pero no siempre tiene el resultado que deseamos.

Muchas veces no hacemos algo por temor, por desconfianza, por orgullo, o por muchas otras razones.

Muchas veces no decimos algo por vergüenza, por el qué dirán, por si la otra persona no siente lo mismo.

Muchas veces callamos.

Y la peor pregunta que nos podemos hacer es: ¿Qué hubiera pasado si…?

Estamos viviendo una época muy dura, en la que ya no socializamos de manera personal, física, es una época de cambios, donde la tecnología y la virtualidad están abriendo paso a algo nuevo.

Gracias a este “encierro”, estamos aprendiendo a valorar lo importante, lo esencial, lo pequeño. Un beso, un mate, un abrazo. Cosas que estamos seguros que por mucho tiempo no las vamos a poder hacer.

¿Qué tiene que ver esto con la pregunta inicial? Mucho.

Porque acá es cuando la cabeza para un poco, frenamos, pensamos, imaginamos.

Uno no puede extrañar lo que no conoce, simplemente porque no lo ha vivido, no tiene registro, conciencia, tacto.

Pero sí puede añorar algo que no fue, porque se imagina cómo podría haber sido.

Imaginamos el primer encuentro, el primer beso, el primer abrazo. 

Imaginamos cada detalle de lo que pudo haber sido, cómo hubiésemos actuado, qué hubiésemos dicho. Todo. Cada detalle pasa por nuestra imaginación.

Pero no podemos vivir imaginando.

No podemos vivir de recuerdos o añoranzas.

La única manera de cambiar eso es probar, arriesgarse, actuar, y ganar.

 

Primer viaje

El mundo es muy grande y la vida muy larga como para quedarse en un mismo lugar.

El viajar tiene una importancia e implicancia muy grande en la vida de las personas. Nos saca de nuestro ombligo, de nuestro egoísmo, de nuestra burbuja.

Cuando viajamos, no solo conocemos de aviones, aeropuertos, free shops y marcas de ropa baratas o de última moda. De hecho, eso es lo que opaca el sentido más preciado de viajar.

Estamos tan ocupados viendo qué ropa cargaré en la valija, si llevaré peso de más, qué compraré cuando esté ahí, qué bares conoceré, las fotos que sacaré, que perdemos de vista muchas otras cosas que no vemos y que son más importantes.

Cuando uno viaja, llega a una tierra desconocida, con otra cultura, con otras costumbres, con otros valores. Llegamos a una ciudad donde la gente no se parece en nada a lo que estamos acostumbrados a vivir, donde tienen un ritmo de vida distinto, donde todo es diferente a lo conocido.

Cuando decidí viajar a Bolivia y a Perú con mis amigas, tenía 23 años, y lo más lindo de todo fue la preparación de ese viaje. No teníamos mucha plata, así que decidimos ir en colectivo de Mendoza a Jujuy, un viaje eterno en el que el micro paraba en todas las terminales de las provincias del norte. Pudimos aprovechar para bajarnos en cada una e ir al baño, y de paso, sacábamos fotos, para recordar.

29 de diciembre, mucho calor, ya no sabíamos qué más hacer en esas horas eternas, pero el tiempo pasó rápido porque nos ilusionaba lo que íbamos a vivir.

Llegamos el 30 a Jujuy. Nuestro hostel estaba muy cerca de la aduana, así que recogimos nuestras mochilas y caminamos unas cuadras hasta llegar. Dejamos las cosas y fuimos a averiguar un colectivo que nos lleve el 31 hacia alguna ciudad de Bolivia para poder pasar año nuevo ahí.

Cruzamos la frontera a pie, a dos cuadras nos encontramos con una plaza enorme, llena de gente, y frente a ella, la estación de colectivos.

Nos parecía de otro mundo pasar caminando por una aduana que separa dos ciudades, dos países, acostumbradas a tener que viajar 3 horas en auto para cruzar a Chile. Eso nos pareció fantástico.

Nuestra idea de viaje era ir directo a Cusco, para luego bajar por las ciudades conociendo. Cuando llegamos a la terminal en Bolivia nos dijeron que el 31 no había muchos colectivos, que el único que nos dejaría a un buen horario, nos llevaría a Potosí. En la plaza conocimos a 3 cordobeses que estaban con la misma idea que nosotras, y también viajaban a Potosí para pasar ahí las fiestas.

No dudamos mucho y lo sacamos, nuestro plan cambiaba por completo, pero aún así no nos importó.

El 31 llegamos a Potosí, en el camino a buscar un hostel, conocimos a dos mendocinas y nos dijeron dónde estaban alojadas, así que fuimos al mismo lugar. Luego fuimos las 5 al súper a comprar todo para la cena y el festejo.

Después de 12, brindamos todos juntos, había muchos extranjeros, así que en varios idiomas nos dijimos FELIZ AÑO NUEVO. Nos pusimos en contacto con los 3 cordobeses y salimos a festejar todos.

Y así empezó nuestro viaje, ahora íbamos las 5 para todos lados, cruzándonos con los 3 nuevos compañeros de viaje.

En Bolivia nos llamó la atención la suciedad de la gente, viven entre basura en varias ciudades, las mujeres no hablan, cuando preguntábamos algo, hablaban entre ellas en su idioma, Aymara o Quechua, dependiendo de la zona en la que nos encontrábamos. Los hombres trabajan en las minas, sobre todo, así que casi no se veían, y las mujeres en las ferias, sumisas, ante todo.

En nuestro recorrido hasta Cusco, fuimos compartiendo ciudades, habitaciones, hasta que en Perú nos quedamos solas las 3, de nuevo. Allí conocimos otra cultura diferente a Bolivia, el rol de la mujer ya no era tan sumiso como en el país vecino, sino que estaban más aventuradas. No tomaban mate, y nosotras lo llevábamos a todos lados, así que les regalamos un paquete de yerba y les enseñamos a hacerlo, para que tuvieran un poquito de Argentina en sus vidas.

Disfrutamos como nunca, caminamos como nunca. Llegó un momento del viaje en que no teníamos más plata y teníamos que volver. No nos daban las piernas ya para caminar, comprábamos pan y agua y con eso tirábamos hasta volver a Mendoza. Teníamos todo planificado, los horarios de los colectivos en cada ciudad, para que coincidieran con el de Jujuy a Mendoza. Pero fue toda una odisea, porque los planes nunca salen del todo igual.

En La Paz, llegamos a la terminal y estaban cerrando, teníamos que dormir afuera para esperar subirnos en el primer colectivo a Oruro para llegar a tiempo a la frontera. En ese lugar, conocimos a 3 porteños con el mismo plan. Nuevamente no estábamos solas, llovía, pero con camperas y la guitarra de uno de ellos, empezamos a sobrevivir esa noche en La Paz.

Al día siguiente compramos los pasajes y partimos a Oruro, allí teníamos que esperar unas horas para combinar con el otro micro. Los porteños nos regalaron el almuerzo y trucos de magia, y la vuelta se hizo más amena.

Llegamos a la frontera con Argentina a deshora, tarde, corrimos para alcanzar el colectivo de La Quiaca a Mendoza, pero lo habíamos perdido. Así que sacamos uno de San Salvador a Mendoza. Viajamos en una combi con otras personas hasta la terminal, donde respiramos, nos aseamos, y emprendimos el largo viaje a casa.

El llegar a casa después de casi 30 horas de viaje, fue un privilegio. Y que nos esperaran con un asadito y vino, fue mágico. A veces es lindo volver a casa.

Fueron 3 semanas de viaje, parecieron más, pero en el camino me llevé mucha gente querida, gente que no nos conoció y nos ayudó, nos acompañó y nos cuidó. Me llevé otra cultura y forma de vida totalmente distinta a la mía, trabajé más mi empatía y me sentí más plena.

Fue un viaje planeado en cada punto, pero que desde un principio fue improvisado, y fue el mejor de mi vida, hasta ahora.

lunes, 19 de octubre de 2020

22 de septiembre: CHAU FACEBOOK, TWITTER E INSTAGRAM

La idea de borrar las redes sociales no es algo nuevo en mi vida. De hecho, la última vez que lo hice fue en marzo/abril de este año. Gracias a eso, me puse en contacto de nuevo con un chico, que es actualmente mi novio. Así que siempre podemos sacarle algo positivo a los cambios.

Me resulta interesante volver a practicarlo. Lo llamo una desintoxicación de información, de personas.

Estamos viviendo un momento muy particular a nivel mundial, pero a nivel provincial se vive con más euforia. Las redes sociales explotan, y como siempre, dibujando la realidad.

Me considero una persona bastante activa en las RRSS, pero la sobre información que tenía ya no me hacía bien. Todo el tiempo investigando, mirando noticias, viendo qué hacía tal persona en su tiempo libre, indignándome por cómo estaba el resto del mundo en comparación a nosotros. Y así, una lista que puede seguir.

La idea es hacerlo hasta el primero de octubre, ahí hacer un balance y una evaluación. No creo que eliminar las redes sea una solución, bien usadas son necesarias y pueden ayudarnos, pero si estaría bueno moderar el consumo, como pasa con cualquier otra cosa de la vida cotidiana.

Intenté escribir día a día cómo me iba sintiendo, los cambios, los logros, recaídas. Pero no fui constante. Creo que eso se debe a que casi todos los días están siendo parecidos.

Por el momento no las extraño, me siento desconectada de la sociedad. No sé nada de mis amigas, o de la gente en sí. No he visto las noticias, no sé qué está pasando en el mundo, en el país, en Mendoza.

Me siento menos ansiosa. No estoy consumiendo boludeces de influencers. No tengo necesidad de comprar algo que ví en alguna historia. No tengo la necesidad de saber 24/7 qué están haciendo todos.

De algo me di cuenta. Interactuaba más con mis amigas por Instagram que por WhatsApp. En esta semana casi no he hablado por ejemplo. No me molesta igual estar en una burbuja unos días más, de hecho, no sé si quiero volver a tenerlas.

Es muy loco como lo que “no pasa en las redes o en los medios, no sucede”, en esta burbuja sin redes sociales no existe el Covid, el consumismo, la obsesión por likes, el ejercicio para tener el cuerpo de tal, etc. Eso no sé si es bueno o malo, porque en algún momento hay que chocarse con la realidad, enfrentarla y poder afrontar lo que nos toca vivir hoy.

De a poco volví. Las instalé de nuevo, obviamente no tengo los accesos rápidos en la pantalla de inicio, algo que, aunque parezca tonto, es importante. Desinstalé las notificaciones y al principio me olvidé que las tenía.

Fui metiéndome cada vez menos, miraba algunas noticias, en Instagram miraba las páginas de editores de videos, de cine, compartí alguna historia o publicación. Pero ya no tenía el mismo objetivo de antes, ya no me importaba quién la miraba o quién le ponía like a la foto. Supongo que el compartir con otros lo que nos hace feliz, también es importante.

Nadie sabe lo que está bien ni lo que está mal, lo principal es hacer lo que a uno lo haga sentir cómodo, bien, pleno, y sobre todo, feliz.

lunes, 21 de septiembre de 2020

21 de septiembre: DÍA DEL ESTUDIANTE, DE LA PRIMAVERA Y DE LA SANIDAD

    Hace exactamente seis meses, nuestro país entraba en una cuarentena que, en ese momento, iba a durar 14 días. Nadie entendía nada, poco se conocía de ese virus tan contagioso y mortal. Se barajaron miles de hipótesis acerca de su aparición, si fue creado, si se escapó, si vino de un murciélago. Hasta se llegó a decir que no existía, y que la idea del virus fue creada para controlarnos.

    El primer mes de encierro yo no estuve acá, sino en Santiago, en el vecino país, donde la situación era completamente distinta a la de Argentina.

    Lo cierto es que apenas crucé la frontera, ambos países cerraron sus puertas.

    Por lo que me contaron, la fase 1 fue tremenda. Nadie salía a la calle, solo el personal esencial, es decir: salud, farmacias, expendio de alimentos y combustible, prensa.

    Había miedo, rumores, incertidumbre, desabastecimiento de alimentos de primera necesidad. Las noticias no eran alentadoras. Estábamos atentos a lo que pasaba en el mundo. China, Europa, EEUU. Era vivir el día a día, el minuto a minuto.

    Nadie sabía cómo actuar, todo fue nuevo. Ninguna acción era lo suficientemente buena o mala. Se miraba al otro, se copiaban medidas o se actuaba de manera contraria para evitar muertes y contagios. Se criticaba, se odiaba, se aplaudía, se amaba.

    Algunos hablaban de dictadura, otros de violación a la libertad, otros de normas, otros de seguridad. Lo cierto es que estuvimos guardados mucho tiempo. Los primeros dos meses fueron duros, la gente no podía trabajar, no se podía salir a la calle, ver a tus afectos, hacer ejercicio.

    En las redes sociales se mostraban todos cocinando, incursionando en la pastelería sobre todo; también ejercitando vía internet. Las personas tuvieron que reinventarse. Clases por internet, trabajo online, padres ayudando en la enseñanza de los niños, profesores de deportes adaptando sus rutinas a los materiales que hay en casa.

    En los meses siguientes, fueron flexibilizando algunas actividades. Pero a medida que pasaban los días o las semanas, se volvía atrás o se avanzaba. Se seguía/seguimos viviendo en una incertidumbre. Ahora todo es con turno o reserva previa. Hay un cupo de personas por mesa. En un principio era hasta 6, ahora es hasta 4 y sólo el local que tenga lugar al exterior, adentro está prohibido. Se firma una declaración jurada. Las mesas tienen distancia. Solo se permitía el 50% de la capacidad, ahora es del 30%. Alcohol en gel en todas las mesas. Cartas mediante un código QR.

    En un principio se respetaba a raja tabla.

    Con los deportes pasó al similar. Con las reuniones familiares también. Sólo que éstas últimas duraron poco. Sólo podes reunirte con tus afectos en un bar, en un café o en un restaurante. Pero aquellos domingos de asado familiar quedaron atrás, aquellos cumpleaños con tus seres queridos, también.

    El turismo interno tardó un poco más en llegar. Pero tuvo una buena recepción.

    De lo que aún no tenemos pronóstico es de los viajes interprovinciales. Ni hablar de los internacionales. Para eso falta mucho. Todavía hay muchas personas sin trabajo, que no pudieron retomar. Aún hay muchas actividades paradas, en stand by.

    Este fin de semana nos volvieron a meter en nuestras casas. Volvimos a fase 1 por 36 horas. Qué loco eso. La medida se tomó para evitar juntadas clandestinas, aglomeraciones, contagios. Se decidió eso por el día del estudiante y de la primavera, para que no haya reuniones. También para dar asueto al trabajador de la sanidad.

    Hoy, lunes, el 90% del comercio cerró sus puertas por un día. Quizás nos parece poco, exagerado. Pero para los que viven el día a día, un día es un montón. Es pérdida, es triste.

    A este mundo le falta empatía, le falta escucha, le falta solidaridad. El hombre está acostumbrado a mirar su bolsillo, sus privilegios, su ombligo. ¿Y el otro?

    Nos acostumbramos a saludar con el codo, o choque de puños. A mantenernos distanciados, a taparnos la boca. Nos dijeron que si alguien no tenía la boca cubierta era malo, merecía multa. Si alguien estaba en su casa con gente, era malo, había que denunciarlo, merecía multa. Si alguien salía de su casa el día que no le tocaba el D.N.I, era malo, merecía multa.

    Ya no podemos distinguir qué está bien y qué está mal; ya no sabemos qué priorizar, si la salud o la economía. ¿Cómo se hace para que ambas vayan de la mano?

    Desde el primer día de esas acciones tomadas por el gobierno Nacional y Provincial, han pasado 6 meses, medio año. Y aún no llegamos al pico de contagios ni de muertes, esto va para largo. Da miedo hacia dónde vamos, da miedo que esta sea una nueva normalidad, controlada, multada, restringida. Da miedo acostumbrarse a esto.