Hoy me desperté y me topé con esta foto colgada en mi cuarto, la miré un largo rato y me hizo pensar.
Si bien no
recuerdo cuántos años tenía, dónde estaba, ni el momento exacto en que fue
tomada, por alguna razón me llenó de nostalgia, me movió un poquito el alma.
Me hizo pensar en
mi infancia, en la de mis padres, en la de mis sobrinos, en la de mis
vecinitos, en la de todos. Qué distintas, ¿no?
Hace unos días
hablaba con mi abuela sobre eso, le encanta contarme historias de cuando era
chica, de cómo conoció a mi abuelo, cómo era la vida 50 años atrás, algo
impensado, fueron heroínas, soportaron muchas cosas y gracias a ellas hoy
tenemos tantos privilegios e independencia. Pero ese es un capítulo aparte.
Su niñez la
recuerda adentro de una finca, cosechando. Desde muy chica le inculcaron eso, a
trabajar la tierra. Tierra, sol, labor.
La de mis padres
fue distinta. Muchas travesuras, juntadas con primos, tierra (pero para ensuciarse),
pero padres más estrictos, pues su infancia no había sido tan color de rosa.
La mía… la mía fue perfecta. Recuerdo cada día
como si hubiese sido ayer, y han pasado cerca de 20 años. Viví siempre en la
misma casa, en mi cuadra había muchas familias jóvenes, así que tenía muchos
amigos. Algunos más grandes de la edad de mi hermana, y otros más chicos, pero
eso no importaba, todos éramos iguales.
Andábamos mucho
en bicicleta, hasta altas horas de la noche, no pasaba nada. Hubo un momento en
que se usó el monopatín y el palo saltarín. Guardamos las bicis y salimos todos
a jugar con eso. Eran modas, eran momentos. Y si alguno no tenía, otro se lo
prestaba. Éramos una linda manada, como 15 pibes jugando en la calle.
Sólo una familia
de ellos tenía pile, así que pobre madre, la temporada de verano era en su
patio. Por suerte ellos eran 5 hermanos, así que estaba acostumbrada a lidiar
con niños. Siempre muy amables, nos preparaba la chocolatada con galletitas
para todos.
Trepábamos
árboles, llegábamos a la copa y nos gritábamos para ver dónde estaba cada uno.
Ni hablar cuando uno cumplía años. Esos sí que eran cumpleaños. Algunos en
peloteros, otros en casas, pero todos divertidos, había payasos (se estilaba
mucho) que organizaban juegos, competencias.
Nos levantábamos
temprano y salíamos corriendo a la calle. Tocábamos el timbre y preguntábamos
si fulanito podía salir a jugar, y así en todas las casas, y así durante algunos
años.
Qué sana fue esa
época, qué lindo poder tener todos esos recuerdos, qué lindo sería poder volver
un ratito y disfrutar más de eso, de no tener tantas responsabilidades, de
tomar decisiones, de que mi mamá me despierte con un beso y la leche, de que mi
única preocupación sea que no llueva para poder salir a jugar.
Qué rápido pasa
el tiempo si miramos para atrás, si recordamos, si nos preguntamos qué hicimos o
qué no hicimos en todos estos años.
Vuelvo a mirar la
foto, vuelvo a verme a mí hace 27 años, vuelvo a recordar algo que tenía muy
adentro, vuelvo a sonreír por lo afortunada que fui de crecer así.
Los tiempos han
cambiado mucho. Los niños ya no salen con sus bicis, sus juguetes a la calle,
ya no se quedan hasta la noche solos, de hecho, creo que pasan más tiempo con
pantallas electrónicas que arriba de un árbol.
Quiero creer que
los cambios siempre traen algo bueno, pero sinceramente, no creo que éste lo
sea, no creo que les deje los valores y enseñanzas que nos dejó la nuestra, el
compartir, el escuchar, el divertirnos, el ser todos iguales a pesar de.
Ojalá me equivoque y el día de mañana ellos puedan escribir que están orgullosos de cómo crecieron, de cómo se divirtieron cuando fueron chicos.
Yo me considero afortunada, y muy feliz.