jueves, 22 de octubre de 2020

Primer viaje

El mundo es muy grande y la vida muy larga como para quedarse en un mismo lugar.

El viajar tiene una importancia e implicancia muy grande en la vida de las personas. Nos saca de nuestro ombligo, de nuestro egoísmo, de nuestra burbuja.

Cuando viajamos, no solo conocemos de aviones, aeropuertos, free shops y marcas de ropa baratas o de última moda. De hecho, eso es lo que opaca el sentido más preciado de viajar.

Estamos tan ocupados viendo qué ropa cargaré en la valija, si llevaré peso de más, qué compraré cuando esté ahí, qué bares conoceré, las fotos que sacaré, que perdemos de vista muchas otras cosas que no vemos y que son más importantes.

Cuando uno viaja, llega a una tierra desconocida, con otra cultura, con otras costumbres, con otros valores. Llegamos a una ciudad donde la gente no se parece en nada a lo que estamos acostumbrados a vivir, donde tienen un ritmo de vida distinto, donde todo es diferente a lo conocido.

Cuando decidí viajar a Bolivia y a Perú con mis amigas, tenía 23 años, y lo más lindo de todo fue la preparación de ese viaje. No teníamos mucha plata, así que decidimos ir en colectivo de Mendoza a Jujuy, un viaje eterno en el que el micro paraba en todas las terminales de las provincias del norte. Pudimos aprovechar para bajarnos en cada una e ir al baño, y de paso, sacábamos fotos, para recordar.

29 de diciembre, mucho calor, ya no sabíamos qué más hacer en esas horas eternas, pero el tiempo pasó rápido porque nos ilusionaba lo que íbamos a vivir.

Llegamos el 30 a Jujuy. Nuestro hostel estaba muy cerca de la aduana, así que recogimos nuestras mochilas y caminamos unas cuadras hasta llegar. Dejamos las cosas y fuimos a averiguar un colectivo que nos lleve el 31 hacia alguna ciudad de Bolivia para poder pasar año nuevo ahí.

Cruzamos la frontera a pie, a dos cuadras nos encontramos con una plaza enorme, llena de gente, y frente a ella, la estación de colectivos.

Nos parecía de otro mundo pasar caminando por una aduana que separa dos ciudades, dos países, acostumbradas a tener que viajar 3 horas en auto para cruzar a Chile. Eso nos pareció fantástico.

Nuestra idea de viaje era ir directo a Cusco, para luego bajar por las ciudades conociendo. Cuando llegamos a la terminal en Bolivia nos dijeron que el 31 no había muchos colectivos, que el único que nos dejaría a un buen horario, nos llevaría a Potosí. En la plaza conocimos a 3 cordobeses que estaban con la misma idea que nosotras, y también viajaban a Potosí para pasar ahí las fiestas.

No dudamos mucho y lo sacamos, nuestro plan cambiaba por completo, pero aún así no nos importó.

El 31 llegamos a Potosí, en el camino a buscar un hostel, conocimos a dos mendocinas y nos dijeron dónde estaban alojadas, así que fuimos al mismo lugar. Luego fuimos las 5 al súper a comprar todo para la cena y el festejo.

Después de 12, brindamos todos juntos, había muchos extranjeros, así que en varios idiomas nos dijimos FELIZ AÑO NUEVO. Nos pusimos en contacto con los 3 cordobeses y salimos a festejar todos.

Y así empezó nuestro viaje, ahora íbamos las 5 para todos lados, cruzándonos con los 3 nuevos compañeros de viaje.

En Bolivia nos llamó la atención la suciedad de la gente, viven entre basura en varias ciudades, las mujeres no hablan, cuando preguntábamos algo, hablaban entre ellas en su idioma, Aymara o Quechua, dependiendo de la zona en la que nos encontrábamos. Los hombres trabajan en las minas, sobre todo, así que casi no se veían, y las mujeres en las ferias, sumisas, ante todo.

En nuestro recorrido hasta Cusco, fuimos compartiendo ciudades, habitaciones, hasta que en Perú nos quedamos solas las 3, de nuevo. Allí conocimos otra cultura diferente a Bolivia, el rol de la mujer ya no era tan sumiso como en el país vecino, sino que estaban más aventuradas. No tomaban mate, y nosotras lo llevábamos a todos lados, así que les regalamos un paquete de yerba y les enseñamos a hacerlo, para que tuvieran un poquito de Argentina en sus vidas.

Disfrutamos como nunca, caminamos como nunca. Llegó un momento del viaje en que no teníamos más plata y teníamos que volver. No nos daban las piernas ya para caminar, comprábamos pan y agua y con eso tirábamos hasta volver a Mendoza. Teníamos todo planificado, los horarios de los colectivos en cada ciudad, para que coincidieran con el de Jujuy a Mendoza. Pero fue toda una odisea, porque los planes nunca salen del todo igual.

En La Paz, llegamos a la terminal y estaban cerrando, teníamos que dormir afuera para esperar subirnos en el primer colectivo a Oruro para llegar a tiempo a la frontera. En ese lugar, conocimos a 3 porteños con el mismo plan. Nuevamente no estábamos solas, llovía, pero con camperas y la guitarra de uno de ellos, empezamos a sobrevivir esa noche en La Paz.

Al día siguiente compramos los pasajes y partimos a Oruro, allí teníamos que esperar unas horas para combinar con el otro micro. Los porteños nos regalaron el almuerzo y trucos de magia, y la vuelta se hizo más amena.

Llegamos a la frontera con Argentina a deshora, tarde, corrimos para alcanzar el colectivo de La Quiaca a Mendoza, pero lo habíamos perdido. Así que sacamos uno de San Salvador a Mendoza. Viajamos en una combi con otras personas hasta la terminal, donde respiramos, nos aseamos, y emprendimos el largo viaje a casa.

El llegar a casa después de casi 30 horas de viaje, fue un privilegio. Y que nos esperaran con un asadito y vino, fue mágico. A veces es lindo volver a casa.

Fueron 3 semanas de viaje, parecieron más, pero en el camino me llevé mucha gente querida, gente que no nos conoció y nos ayudó, nos acompañó y nos cuidó. Me llevé otra cultura y forma de vida totalmente distinta a la mía, trabajé más mi empatía y me sentí más plena.

Fue un viaje planeado en cada punto, pero que desde un principio fue improvisado, y fue el mejor de mi vida, hasta ahora.

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