lunes, 21 de septiembre de 2020

21 de septiembre: DÍA DEL ESTUDIANTE, DE LA PRIMAVERA Y DE LA SANIDAD

    Hace exactamente seis meses, nuestro país entraba en una cuarentena que, en ese momento, iba a durar 14 días. Nadie entendía nada, poco se conocía de ese virus tan contagioso y mortal. Se barajaron miles de hipótesis acerca de su aparición, si fue creado, si se escapó, si vino de un murciélago. Hasta se llegó a decir que no existía, y que la idea del virus fue creada para controlarnos.

    El primer mes de encierro yo no estuve acá, sino en Santiago, en el vecino país, donde la situación era completamente distinta a la de Argentina.

    Lo cierto es que apenas crucé la frontera, ambos países cerraron sus puertas.

    Por lo que me contaron, la fase 1 fue tremenda. Nadie salía a la calle, solo el personal esencial, es decir: salud, farmacias, expendio de alimentos y combustible, prensa.

    Había miedo, rumores, incertidumbre, desabastecimiento de alimentos de primera necesidad. Las noticias no eran alentadoras. Estábamos atentos a lo que pasaba en el mundo. China, Europa, EEUU. Era vivir el día a día, el minuto a minuto.

    Nadie sabía cómo actuar, todo fue nuevo. Ninguna acción era lo suficientemente buena o mala. Se miraba al otro, se copiaban medidas o se actuaba de manera contraria para evitar muertes y contagios. Se criticaba, se odiaba, se aplaudía, se amaba.

    Algunos hablaban de dictadura, otros de violación a la libertad, otros de normas, otros de seguridad. Lo cierto es que estuvimos guardados mucho tiempo. Los primeros dos meses fueron duros, la gente no podía trabajar, no se podía salir a la calle, ver a tus afectos, hacer ejercicio.

    En las redes sociales se mostraban todos cocinando, incursionando en la pastelería sobre todo; también ejercitando vía internet. Las personas tuvieron que reinventarse. Clases por internet, trabajo online, padres ayudando en la enseñanza de los niños, profesores de deportes adaptando sus rutinas a los materiales que hay en casa.

    En los meses siguientes, fueron flexibilizando algunas actividades. Pero a medida que pasaban los días o las semanas, se volvía atrás o se avanzaba. Se seguía/seguimos viviendo en una incertidumbre. Ahora todo es con turno o reserva previa. Hay un cupo de personas por mesa. En un principio era hasta 6, ahora es hasta 4 y sólo el local que tenga lugar al exterior, adentro está prohibido. Se firma una declaración jurada. Las mesas tienen distancia. Solo se permitía el 50% de la capacidad, ahora es del 30%. Alcohol en gel en todas las mesas. Cartas mediante un código QR.

    En un principio se respetaba a raja tabla.

    Con los deportes pasó al similar. Con las reuniones familiares también. Sólo que éstas últimas duraron poco. Sólo podes reunirte con tus afectos en un bar, en un café o en un restaurante. Pero aquellos domingos de asado familiar quedaron atrás, aquellos cumpleaños con tus seres queridos, también.

    El turismo interno tardó un poco más en llegar. Pero tuvo una buena recepción.

    De lo que aún no tenemos pronóstico es de los viajes interprovinciales. Ni hablar de los internacionales. Para eso falta mucho. Todavía hay muchas personas sin trabajo, que no pudieron retomar. Aún hay muchas actividades paradas, en stand by.

    Este fin de semana nos volvieron a meter en nuestras casas. Volvimos a fase 1 por 36 horas. Qué loco eso. La medida se tomó para evitar juntadas clandestinas, aglomeraciones, contagios. Se decidió eso por el día del estudiante y de la primavera, para que no haya reuniones. También para dar asueto al trabajador de la sanidad.

    Hoy, lunes, el 90% del comercio cerró sus puertas por un día. Quizás nos parece poco, exagerado. Pero para los que viven el día a día, un día es un montón. Es pérdida, es triste.

    A este mundo le falta empatía, le falta escucha, le falta solidaridad. El hombre está acostumbrado a mirar su bolsillo, sus privilegios, su ombligo. ¿Y el otro?

    Nos acostumbramos a saludar con el codo, o choque de puños. A mantenernos distanciados, a taparnos la boca. Nos dijeron que si alguien no tenía la boca cubierta era malo, merecía multa. Si alguien estaba en su casa con gente, era malo, había que denunciarlo, merecía multa. Si alguien salía de su casa el día que no le tocaba el D.N.I, era malo, merecía multa.

    Ya no podemos distinguir qué está bien y qué está mal; ya no sabemos qué priorizar, si la salud o la economía. ¿Cómo se hace para que ambas vayan de la mano?

    Desde el primer día de esas acciones tomadas por el gobierno Nacional y Provincial, han pasado 6 meses, medio año. Y aún no llegamos al pico de contagios ni de muertes, esto va para largo. Da miedo hacia dónde vamos, da miedo que esta sea una nueva normalidad, controlada, multada, restringida. Da miedo acostumbrarse a esto.

Introspección

    Por momentos me siento muda, sin voz, sin poder sacar una palabra de mi boca. Tengo la necesidad de decir, de hablar, y no puedo. Me quedo callada. De mi boca solo sale un suspiro o una sonrisa; mis ojos brillan, se achinan o lloran.

    Y por dentro, un remolino de sentimientos.

    Siempre supe que escribía mejor de lo que hablaba, al menos tengo eso, un salvavidas que me rescata de ese nudo en la garganta.

    Pero no está tan mal, hay tanta gente que habla mucho sin decir nada. Solo puedo ver su boca en continuo movimiento y ningún sonido.

    A decir verdad, me gusta un poco mi silencio.

    Pero ese silencio a veces asusta al otro, lo aleja. Y yo callo para no mostrar debilidad, vulnerabilidad, por orgullo, por temor al sufrimiento.

    Me creo lo suficientemente independiente y auto-suficiente como para resolver todo por mi cuenta y no pedir ayuda, no sé hacerlo, porque termino haciendo lo que creo que es mejor. Y me equivoco, una y otra vez.

    A veces, solo basta con mirar un poquito para adentro. Intentar observarnos, reflexionar sobre nuestra conciencia y actuar. Pensar. Aceptarnos. Gustarnos.

    Pero hoy es día eso es casi imposible. Vivimos un día a día agitado, feroz, cargado de rutinas y presiones. Incluso en esta pausa que nos regala el mundo, estamos corriendo, apurados, preocupados porque la vida no se nos pase, por no perder “oportunidades”, por ser mejores.

    Cuesta frenar. Cuesta pausar.

    Pero si no lo hacemos… cómo podemos saber hacia donde queremos ir?

    Pongo por escrito palabras que yo no dije, pero que me ayudaron con la introspección. Palabras crudas, pero muy ciertas.

    Por momentos creemos que cuando estamos solos somos más fuertes, invencibles, que nadie puede hacernos daño. Y no nos damos cuenta que los únicos que nos lastimamos somos nosotros mismos.

    Ahora ya no estoy mas sola, o eso creo. Y ahora entiendo que es mejor así, tener un apoyo, un cable a tierra.

    Ahora estoy con alguien que se interesa, se preocupa, se ocupa de mi. Y eso me asusta. Porque cada vez me siento más vulnerable, desnuda.

    Pero también hace que me sienta más fuerte, más segura, más humana.

    Hace que me inspire, que crezca.

    Y a decir verdad, desde que lo conocí, estoy escribiendo más, y casi siempre sobre él.