viernes, 23 de octubre de 2020

Niñez


Hoy me desperté y me topé con esta foto colgada en mi cuarto, la miré un largo rato y me hizo pensar.

Si bien no recuerdo cuántos años tenía, dónde estaba, ni el momento exacto en que fue tomada, por alguna razón me llenó de nostalgia, me movió un poquito el alma.

Me hizo pensar en mi infancia, en la de mis padres, en la de mis sobrinos, en la de mis vecinitos, en la de todos. Qué distintas, ¿no?

Hace unos días hablaba con mi abuela sobre eso, le encanta contarme historias de cuando era chica, de cómo conoció a mi abuelo, cómo era la vida 50 años atrás, algo impensado, fueron heroínas, soportaron muchas cosas y gracias a ellas hoy tenemos tantos privilegios e independencia. Pero ese es un capítulo aparte.

Su niñez la recuerda adentro de una finca, cosechando. Desde muy chica le inculcaron eso, a trabajar la tierra. Tierra, sol, labor.

La de mis padres fue distinta. Muchas travesuras, juntadas con primos, tierra (pero para ensuciarse), pero padres más estrictos, pues su infancia no había sido tan color de rosa.

 La mía… la mía fue perfecta. Recuerdo cada día como si hubiese sido ayer, y han pasado cerca de 20 años. Viví siempre en la misma casa, en mi cuadra había muchas familias jóvenes, así que tenía muchos amigos. Algunos más grandes de la edad de mi hermana, y otros más chicos, pero eso no importaba, todos éramos iguales.

Andábamos mucho en bicicleta, hasta altas horas de la noche, no pasaba nada. Hubo un momento en que se usó el monopatín y el palo saltarín. Guardamos las bicis y salimos todos a jugar con eso. Eran modas, eran momentos. Y si alguno no tenía, otro se lo prestaba. Éramos una linda manada, como 15 pibes jugando en la calle.

Sólo una familia de ellos tenía pile, así que pobre madre, la temporada de verano era en su patio. Por suerte ellos eran 5 hermanos, así que estaba acostumbrada a lidiar con niños. Siempre muy amables, nos preparaba la chocolatada con galletitas para todos.

Trepábamos árboles, llegábamos a la copa y nos gritábamos para ver dónde estaba cada uno. Ni hablar cuando uno cumplía años. Esos sí que eran cumpleaños. Algunos en peloteros, otros en casas, pero todos divertidos, había payasos (se estilaba mucho) que organizaban juegos, competencias.

Nos levantábamos temprano y salíamos corriendo a la calle. Tocábamos el timbre y preguntábamos si fulanito podía salir a jugar, y así en todas las casas, y así durante algunos años.

Qué sana fue esa época, qué lindo poder tener todos esos recuerdos, qué lindo sería poder volver un ratito y disfrutar más de eso, de no tener tantas responsabilidades, de tomar decisiones, de que mi mamá me despierte con un beso y la leche, de que mi única preocupación sea que no llueva para poder salir a jugar.

Qué rápido pasa el tiempo si miramos para atrás, si recordamos, si nos preguntamos qué hicimos o qué no hicimos en todos estos años.

Vuelvo a mirar la foto, vuelvo a verme a mí hace 27 años, vuelvo a recordar algo que tenía muy adentro, vuelvo a sonreír por lo afortunada que fui de crecer así.

Los tiempos han cambiado mucho. Los niños ya no salen con sus bicis, sus juguetes a la calle, ya no se quedan hasta la noche solos, de hecho, creo que pasan más tiempo con pantallas electrónicas que arriba de un árbol.

Quiero creer que los cambios siempre traen algo bueno, pero sinceramente, no creo que éste lo sea, no creo que les deje los valores y enseñanzas que nos dejó la nuestra, el compartir, el escuchar, el divertirnos, el ser todos iguales a pesar de.

Ojalá me equivoque y el día de mañana ellos puedan escribir que están orgullosos de cómo crecieron, de cómo se divirtieron cuando fueron chicos.

Yo me considero afortunada, y muy feliz.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario